
Le pido que, por medio del Espíritu y con el poder que procede de sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de su ser, para que por fe Cristo habite en sus corazones.
Efesios 3:16-17
Es curioso ver como el alma atrae aquellos deseos que guarda secretamente, aquellas cosas que amas y aquello que temes. No atraemos la vida que queremos, sino lo que somos. Sea odio, dolor, alegria, sueños y coraje; sean sonrisas o lagrimas. Cómo agua en el desierto, así son sus promesas cuando decides creer, confiar y seguir caminando, cuando a pesar del dolor decides levantar la mirada y caminar aunque no veas luz al final del túnel o cuando decides seguir luchando y esta vez aún más fuerte. Cuando decides creer porque al que cree todo le es posible, que el que prometió cumplirá y cumplirá hasta la venida de Jesucristo, porque si hasta ahora no te abandonó, tampoco empezará a hacerlo en este momento. Que a aquel amor, el mayor amor que la tierra haya visto, con tres dias le bastó para tomar las llaves de tus promesas, de una vida realizada, de sueños cumplidos y metas alcanzadas, de muerte pero también vida y victoria.
¡Vaya!… volteas y ves, te das cuenta de que misión tan bonita es aquella cuya base es sacarle sonrisas y enamorar, enorgullecer y dedicar una vida a aquel que la dio por nosotros. Te das cuenta de que todo este tiempo más que de ti, se ha tratado de Él en ti y tú en Él, de que el resto de la historia depende del nivel de dedicación y empeño se le ponga a qué se trate más de Él que de ti. Le pides que te ayude a pagar el precio para ser digno, ser merecedor del sacrificio del Santo Cordero. Que aunque sea imposible hacerlo, vivas de tal forma como si lo fueras a hacer. Sangre y silencio fue el precio, una vida rendida y dedicada y sometida es la respuesta para transformar el mundo. El sueño de morir fue la semilla para cosechar la gran victoria de una gran cosecha de almas.
Que misión tan bonita es aquella cuya base es sacarle sonrisas y enamorar, enorgullecer y dedicar una vida a aquel que la dio por nosotros.
Cree, cree lo que Él ha dicho de ti, porque te ha puesto nombre y suyo eres tú, te ha aceptado, has sido revestido y eres acepto tal cual eres. ¡Entiéndelo!, somos y por ende hacemos, porque primero ha sido Él en nosotros. Somos bendecidos y por ende tenemos la capacidad de bendecir, de dar lo que por gracia se nos ha sido dado. De que el dolor y la debilidad, de que la prueba es una gran precursora bidireccional de fortaleza entre el cielo y la tierra, a tal punto que cuando hay rendición el mismísimo cielo puede bajar a la tierra y hacer de todo esto el paraíso porque a pesar de estar rodeado, estás rodeado por Él, a pesar de los problemas, las luchas las batallas hay paz en medio de la tormenta, hay paz que sobrepasa todo entendimiento que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; y qué bienaventurado es aquel cuyo pensamiento en Él persevera. Y qué alcanza el que persevera, que haya el que busca, que aquel que llora ten por seguro encontrará paz y consuelo. Que no hay tormenta sin paz y que no hay huracán sin vida y transformación.
La prueba es una gran precursora bidireccional de fortaleza entre el cielo y la tierra, a tal punto que cuando hay rendición el mismísimo cielo puede bajar a la tierra y hacer de todo esto el paraíso.
Recuerda lo importante, lo que cuenta no es cuantas veces te tiren a la lona, sino cuantas veces te levantas para volver a levantar los puños y pelear con coraje y valentía por tu tierra prometida. ¡Ningún mar en calma ha hecho experto a un marinero así que lucha y ruge porque para cosas mayores Él te creó y lo mejor aún está por venir!